domingo, 31 de marzo de 2024

Compa, dígale que estamos en proceso de Paz

 Compa, dígale que estamos en proceso de Paz

(Primera versión... de los hechos)


Diles que no me maten

(Juan Rulfo)

 

Autor: Luis Carlos Pulgarín Ceballos


Dicen que se lo llevaron monte arriba. Que lo sacaron de la carretera y después de quemar la moto en que iba lo golpearon sin compasión, luego se lo llevaron a rastras por entre la arboleda de la montaña. Dicen que le gritaban “Guerrillero hijueputa, aquí las vas apagar todas, este país no olvida”.

Casi asfixiado, pálido y aterrorizado llegó a la vereda de paz, el niño que trajo la noticia, corrió con toda la fuerza que podían darle sus entrados trece años de edad, para alertar a la comunidad. Yo estaba ahí, a la orilla de la quebrada, cuando escuché los pasos de los soldados, entonces me asusté y me escondí detrás de un matorral, ahí fue cuando vi que el camarada Fidel aparecía en su moto…

Según el relato del niño, Fidel venía sonriente, confiado; ellos los soldados no tuvieron que detener su marcha, él se detuvo a saludarlos con su gesto de “todo bien”, tal vez confiado: finalmente ellos están aquí para protegernos, según el pacto con el gobierno al hacer la paz. Pero apenas fue que él detuviera la moto, para que uno de los soldados le diera en la cabeza con la culata de su fusil, le asestó un golpe seco en la cabeza que de una vez lo tiro al suelo. Después solo fueron patadas corridas por todo su cuerpo. Sus gritos de “muchachos, yo estoy en la vereda de paz, yo hice la paz, nosotros hicimos la paz, dejamos las armas, por favor deténganse y hablamos”, fueron ahogados por los insultos de “guerrillero hijueputa, el que ha sido no deja de ser” …, yo no sé qué tenían esos soldados, pero estaban como envenenados, tal vez drogados… Acotó el niño.

— Aquí no se ha reportado ninguna novedad, los soldados que hacen la ronda por esa parte de la vereda se recogieron con el llegar de la noche y están en su turno de descanso—.  Dijo el coronel Uscategui a la comisión de ex combatientes guerrilleros que salió a buscar a Fidel.

— ¿Y entonces la moto, coronel?, allá están los restos de la moto incinerada, ¿cómo es que sus soldados no la vieron allá en la orilla de la carretera que de la vereda lo lleva a uno al pueblo?

Tras la noticia del secuestro de Fidel, se formó rápidamente una comisión de búsqueda; salió una decena de compañeros del ex combatiente y guiados por el niño llegaron hasta los restos de la moto rociada con la propia gasolina que sacaron de su tanque; la habían tirado en una cuneta ahogada de maleza en una de las orillas del camino. Luego subieron hacía la arboleda, rastreando los posibles pasos que dieron los secuestradores con su víctima, caminaron buen rato monte arriba, pero pronto los cogió la noche y decidieron suspender la búsqueda para acudir al mando de los militares que había puesto allí el gobierno para protegerlos, según el Acuerdo de Paz firmado. ¿Chino, está seguro que eran militares los que se llevaron al camarada Fidel?; preguntó Dimar, quien se había erigido líder natural de la comisión, por ser el delegado del extinto grupo guerrillero para manejar los asuntos de la reintegración en la vereda de paz. Le preocupaba hacer una acusación temeraria a los militares. El Acuerdo de Paz había empezado a establecer unas nuevas relaciones entre quienes antiguamente habían sido enemigos acérrimos. Y, de otro lado, no solo el ejército hacía presencia por el entorno rural, también sus antiguos camaradas disidentes del proceso de paz, que una vez retomaron las armas los hicieron blanco de sus amenazas, de hecho, ya habían asesinado a varios ex combatientes en otras regiones del país.  

—Estoy seguro, respondió el niño: Estaban con vestidos con sus uniformes militares.  Dimar se quedó un momento reflexivo, meditabundo, con duda, como con temor de enfrentar esa posibilidad de que fueran los mismos soldados que los protegían, quienes rompían el pacto de paz. De repente, miró a sus compañeros de comisión y anunció resuelto: pues nada, vamos a enfrentar esto de una buena vez, cada segundo que pasa puede ir en contra de la vida del Fidel. Entonces varias linternas iluminaron el camino que los guiaba hacía donde estaban acampados los soldados que el gobierno habían nombrado como la Fuerza Militar de Paz para la protección de los ex guerrilleros.

El coronel Uscategui montó en cólera cuando la comisión denunció que los secuestradores eran soldados, según la versión del niño. No se olviden que ustedes tienen muchos enemigos, no hagan acusaciones tan rápidas y sin fundamento, son los ojos de un niño que lleno de miedo puede confundir el uniforme de un militar del Estado con un uniforme de una criminal de esos de las disidencias que se negaron a hacer la paz y ahora los buscan a ustedes por ser traidores de su falsa revolución, según vociferan. 

A esa hora había empezado una fuerte lluvia que apagaba los sonidos naturales de la noche con la estridencia de una cascada de truenos. Con ese temporal y a esta hora se hace difícil salir a buscar... Determinó el coronel. Mañana a primera hora nombro una comisión para que los acompañé en la búsqueda, ahora lo mejor es irse a descansar.

— ¿Y el Fidel? —, preguntó con voz temblorosa, Antonia, la compañera sentimental de Fidel, la única mujer del grupo, quien había salido a acompañar el recorrido de la búsqueda, sin importar el esfuerzo físico que le costaba caminar, recién había dado a luz el hijo que cargaba en sus brazos.

— ¿Y el Fidel? —, volvió a preguntar Antonia, angustiada ante la posibilidad del cese de la búsqueda ¿Cómo esperar hasta el día siguiente con la daga de la incertidumbre atravesada en su garganta?

El coronel guardo un hiriente silencio.   

Tres soldados rasos y un capitán de cuadrilla arrastraban a Fidel, quien temeroso por su vida, les suplicaba argumentando que él ya no estaba en armas. No habían caminado más de 20 minutos cuando el capitán ordenó detener la marcha y amarrar a Fidel al tronco de un frondoso árbol, como frondosos eran todos los árboles que los protegía de la posibilidad de ser descubiertos en el acto. Aún no caía la noche.

El capitán y dos soldados se retiraron unos metros, discutían algo que Fidel, en medio de su angustia, no podía escuchar. Los tres militares empezaron a fumar, mientras parecían tomar una decisión.

—¿Por qué me hacen esto, compa? —, preguntó Fidel, tratando de buscar familiaridad con el militar que se quedó a su lado vigilándolo, para que no escapase, aunque estaba fuertemente amarrado al árbol. El soldado, dudó un momento, luego con la mirada perdida hacía las copas de los árboles, incapaz de enfrentar los ojos de Fidel, atinó a responder: son ordénenos de mi capitán. —Compa—, suplicó Fidel —no me vayan a matar, dígale a su capitán que estamos en un proceso de paz.

Solo encontró silencio en la mirada culpable del soldado que, a lo sumo, no tenía motivos contra él, solo estaba allí por el cobarde deber de un subordinado que obedece a ciegas, temiendo represalias ante cualquier atisbo de rebeldía con sus mandos mayores.

Hace muchos años, apenas si tenía yo cinco años, una cuadrilla guerrillera se tomó mi pueblo, con una de esas pipetas de gas que hacen bombas ustedes, cilindro bomba que llaman, volaron media cuadra donde quedaba la estación de policía, entonces mi padre que era un simple civil que pasaba por allí voló en pedazos… nos tocó armar su cuerpo, como si fuera un rompecabezas, para poder enterrarlo… Fue entonces, a esos escasos cinco años, que yo tomé la decisión de que en la vida me iba a enrolar en la milicia, para cobrar la muerte de mi padre. Ningún maldito proceso de paz me va a impedir arreglar cuentas, juré que con cualquiera me cobraba y no me voy a morir sin cumplirme ese juramento. Dijo el capitán, luego de torturar a golpes al indefenso Fidel, amarrado al árbol y sin posibilidad de escape. Tantos golpes con un madero seco que ya ni el cuerpo sentía, entumecido de tanto dolor, reventado por dentro y su consciencia a punto de desmayo. Hagan lo que tienen que hacer, ordenó el capitán a los tres soldados, mientras emprendía la retirada del lugar.

A media noche, la comisión de búsqueda de excombatientes, que se había resistido a obedecer al coronel Uscategui en eso de esperar hasta el día siguiente para tratar de dar con el paradero de Fidel, desafiando el inclemente tiempo de lluvia caminó por entre una arboleda pantanosa con la luz de unas pocas linternas, hasta llegar al lugar donde estaba el cuerpo de Fidel. Para no usar arma de fuego alguna que advirtiera a las comunidades vecinas, entre ellas la vereda de paz, sobre el momento del crimen, lo habían picado a machetazos.


Colombia, 2024. 


Ilustración tomada de: https://www.eldiario.ec/noticias-manabi-ecuador

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