El
último relato del presente volumen, “La mujer de Rodas”, fabula el escondido origen de los antioqueños como fruto de un mestizaje de violación de las mujeres nativas; solo después fue el amor y la familia. Es lo que se llamó: Conquista. “Un beso de amor eterno”, esa extraña manifestación de muertos descrita en 1989, anuncia el fatídico número 6042 que conocimos después y que todavía zahiere; vislumbra también, la fatídica Escombrera, esa fosa común ya indeleble del paisaje de Medellín. “Peón cuatro rey”, para amantes del ajedrez político y literario, demoró diez años para un final digno de las Madres Buscadoras y de las Madres de la Candelaria, significativas pares criollas de las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina. “Tan sabrosa la libertad”, retrata la personalidad de un señor llamado Carlos Castaño reprobado por la colombianidad y por los valores de la humanidad: ese hombre que ninguno de nosotros, bajo ninguna circunstancia, desearía ser. “Fantasías de primavera” no enloda el carácter comercial de la ciudad de la eterna primavera; por el contrario, lo resalta hasta el límite de la exacerbación. “Cuento de Navidad” canta la paz de bandos enemigos (ambos del pueblo) que fraccionaron la hermandad de la nación colombiana, o que fueron fraccionados por esta. “Una jornada más” dibuja la Medellín soñadoramente rebelde de finales del siglo veinte y que el tiempo derrotó en su fracasada versión insurreccional… pero que existió, nadie lo desconoce. “SE ARRIENDA”, más otros relatos cortos, son una pincelada de la tragedia que suele ser la vida, también la vida que sucede ajena a las vicisitudes históricas.
En conjunto, estos 56 títulos son una selección de fábulas cortas que dan cuenta de la historia del país de finales del siglo veinte y comienzos del veintiuno. Particularmente, de Antioquia y Medellín, tierra natal del autor. Ficción, reflexión filosófica, divertimento literario, un amplio abanico de las posibilidades de la literatura.
La literatura, ese oficio de la soledad más acompañada, de tanto en tanto nos recuerda su sabia costumbre de no deberle nada al rey.
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La literatura de Juan Gil Blas
Cuidado, al abrir de cada página siguiente te puede asaltar un fantasma. Los fantasmas que rondan los parajes desolados de una literatura que no es de este tiempo, aun teniendo el olor del presente; que es como su autor, una literatura que huye al tedio y la banalidad de tanta historia faranduleada, narcotizada, una literatura que evade los espacios sociales donde se distrae la atención de lo verdaderamente importante para tiempos de incertidumbre y se crean cortinas de humo que terminan siendo cómplices del olvido. Y es que la literatura de Juan Gil Blas es memoria, es testimonio, es denuncia, es desahogo del tiempo aciago que durante siglos han vivido estas tierras donde tanta sangre ha corrido.
Los fantasmas recorren los caminos que se entrecruzan en cada párrafo de los cuentos de Juan Gil Blas, o por lo menos en la mayor parte de ellos; cada línea es un camino lleno de asombro que nos conduce a un universo narrativo que se erige como un territorio olvidado, de aquellos donde reina, a sus anchas, la violencia. Pero a diferencia de los fantasmas de otros textos de la literatura universal, como los de Rulfo por ejemplo, los fantasmas que recorren estas páginas van más allá del panorama de lo fatal sin salida, hay un matiz de fino humor, de cierta ironía, de cierta sorna que genera atmósferas menos densas en la lectura, tal vez una intención secreta del autor de que al final de todo puede haber alguna salida menos cruda, con nuevas luces de esperanza para una humanidad que parece devastada.
Y como mi papel en estas breves líneas de apertura para estos relatos (selección propia del autor para esta colección), no es remplazar su voz, corto la cinta inaugural de este acto de entrega literaria y os deseo un abrazo cálido de cada ser cadavérico o esquelético que pueda estar esperándoles escondido a la sombra
del punto final de cada párrafo. Pero ojo, son los fantasmas y los esqueletos de un pueblo vivo. Los fantasmas y los esqueletos de los desaparecidos.
Los textos fueron tomados de Diálogos de la eterna primavera (1992); Diccionario triste (1998); El valle de los perros mudos (2000); Dos cuentos (2002); Colección memoria (cuadernillos, 2007); El difícil cuento de la educación de Mateo Falcone (2009).
Luis Carlos Pulgarín Ceballos
Editor
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Tres relatos:
Veinte valerosos vampiros
VEINTE VALEROSOS VAMPIROS consiguieron mantener intacta la integridad del pabellón K. aunque fuese sólo por escaso tiempo. Su certera aparición instantes previos a la caída de la tarde, quién lo creyese, conminó al retiro inmediato del capellán, del administrador y del jardinero, acompañados de los ingenieros. Cuán incómodas resultan las reestructuraciones, cuán insulsas las remodelaciones, cuán indignos los traslados. Si los resultados saltasen a la vista, valga y pase; pero si se trata de dejar las cosas como estaban o peor, entonces no. El capellán raras veces se pone de acuerdo con el administrador; además, los ingenieros en pocas ocasiones interpretan de manera correcta las directrices del capellán y del administrador. El jardinero escucha y cumple. Había que verlos decididos como soldados de guerra avanzando con los picos y las palas en las manos, los ingenieros al frente y los demás detrás. “Yo abro el primero”, detuvo el administrador al ingeniero jefe. Él mismo picó, escarbó y echó la lápida al suelo. ¡Y volaron los veinte valientes vampiros! El olor de humedad concentrada, la tierra pasada de tiempo y el malestar de los bichos de la corrupción, junto con el vuelo en fuga de los veinte vampiros súbitamente puestos en libertad, hizo dar pie atrás al administrador. Se apartaron los ingenieros, retrocedieron el capellán y el jardinero, y el administrador, alejándose, exclamaba, enarbolando pico y pala contra los vampiros: “¡Atrás! ¡Atrás!”. Así se salvó de manera temporal el pabellón K., quién sabe hasta cuándo.
Rústicas remembranzas rurales
ERIGIRSE A LA PAR
CON LA PALMA es digno del acontecimiento birlibirloquesco de la vida. Verla
brotar de pronto como retoño de la tierra, y después verla hacerse arbolito de
melena y corbatín; derecha y pujante va la palma creciendo, y el campesino,
igual que ella, se hace niño y adolescente, primero de juguetes y luego de
espejos, el campesino de vidrio, ella de sol. La palma va alimentándose de las
aguas bajo tierra, y el campesino de las aguas rojas de las venas, y en ambos,
qué bella curiosidad, el agua es casi las dos terceras partes de todo. Que a la
palma creciendo rumbo al cielo no la detiene nadie; que al campesino menos. Que
la palma fabrica más tarde palmitas; que el campesino hijitas. Que los dos son
vigorosos, que el cenit del crecer, pero, que, ay, un hacha, zas zas, una
escopeta, bang bang, por la mitad, certeras, hasta hacerlos doblar y caer,
hasta derrotarlos en su pleno fulgor, la palma sin ardor, el campesino con
dolor.
Bella savia la que
circulaba por las venas de Ricardo Ramírez Rendón, el 408 de la galería del
Divino Redentor, procedente del campo.
Múltiplos de Mayakovski
SE SABE que el padre
del poeta ruso Vladimir Mayakovski murió de una infección en la sangre luego de
pincharse un dedo con un alambre. Muerte inesperada, triste y absurda. Un
pinchazo. Un alfiler. ¿Se ha pensado menor motivo? ¿Se ha encontrado después un
arma tan insignificante y paradójicamente pacífica? ¿Qué hacía allí el alambre?
¿Por qué el señor Mayakovski, padre, tenía que pasar justo por ese sitio de la
cómoda contra la pared y tropezar y pincharse, infectarse y morir? ¿Y por qué
él y no otra persona? ¿Y por qué otro si así fuera? ¿Quién le dio tal destino
al señor Mayakovski? ¿Se lo dio él mismo? ¿O meramente las circunstancias
ingobernables lo condujeron a la increíble hilazón de un dedo, un alambre y un
roce mortal? ¿Por qué? ¿Con qué derecho? ¿No hubiese sido mejor, más justa y
menos dramática una muerte senil? ¿O tan siquiera un enorme pino que lo
aplastara como gelatina durante su visita al bosque como inspector forestal?
Por lo menos habría sido un final adecuado, dentro del orden establecido,
aceptable. Pero, ¿un infeliz alambre acabar así no más con un hombre que se
defendía de todo menos de los alfileres?
Así es el azar.
El 14 de abril de
1930, su hijo, Vladimir Mayakovski, el poeta trágico, futurista y proletario,
levantó su brazo de hombre grande, se apuntó con una pistola en el pecho y
disparó.
Así obra la
voluntad propia.
Y ayer no más, en
el alba triste del solar, María
Maldonado, que visitaba a su hija Marina, recibió un balazo anónimo en la
espalda, y hoy duerme aquí, serena, ecuánime, sonriente.
Así opera la
voluntad ajena.