Compa, dígale que estamos en proceso de Paz
(Primera versión... de los hechos)
Diles
que no me maten
(Juan Rulfo)
Dicen que se lo llevaron monte arriba. Que lo sacaron de la carretera y después de quemar la moto en que iba lo golpearon sin compasión, luego se lo llevaron a rastras por entre la arboleda de la montaña. Dicen que le gritaban “Guerrillero hijueputa, aquí las vas apagar todas, este país no olvida”.
Casi
asfixiado, pálido y aterrorizado llegó a la vereda de paz, el niño que trajo la
noticia, corrió con toda la fuerza que podían darle sus entrados trece años de
edad, para alertar a la comunidad. Yo
estaba ahí, a la orilla de la quebrada, cuando escuché los pasos de los
soldados, entonces me asusté y me escondí detrás de un matorral, ahí fue cuando
vi que el camarada Fidel aparecía en su moto…
Según
el relato del niño, Fidel venía sonriente, confiado; ellos los soldados no
tuvieron que detener su marcha, él se detuvo a saludarlos con su gesto de “todo
bien”, tal vez confiado: finalmente ellos están aquí para protegernos, según el
pacto con el gobierno al hacer la paz. Pero apenas fue que él detuviera la
moto, para que uno de los soldados le diera en la cabeza con la culata de su
fusil, le asestó un golpe seco en la cabeza que de una vez lo tiro al suelo.
Después solo fueron patadas corridas por todo su cuerpo. Sus gritos de
“muchachos, yo estoy en la vereda de paz, yo hice la paz, nosotros hicimos la
paz, dejamos las armas, por favor deténganse y hablamos”, fueron ahogados por
los insultos de “guerrillero hijueputa, el que ha sido no deja de ser” …, yo no sé qué tenían esos soldados, pero
estaban como envenenados, tal vez drogados… Acotó el niño.
— Aquí
no se ha reportado ninguna novedad, los soldados que hacen la ronda por esa
parte de la vereda se recogieron con el llegar de la noche y están en su turno
de descanso—. Dijo el coronel Uscategui
a la comisión de ex combatientes guerrilleros que salió a buscar a Fidel.
— ¿Y
entonces la moto, coronel?, allá están los restos de la moto incinerada, ¿cómo
es que sus soldados no la vieron allá en la orilla de la carretera que de la
vereda lo lleva a uno al pueblo?
Tras
la noticia del secuestro de Fidel, se formó rápidamente una comisión de
búsqueda; salió una decena de compañeros del ex combatiente y guiados por el
niño llegaron hasta los restos de la moto rociada con la propia gasolina que
sacaron de su tanque; la habían tirado en una cuneta ahogada de maleza en una
de las orillas del camino. Luego subieron hacía la arboleda, rastreando los
posibles pasos que dieron los secuestradores con su víctima, caminaron buen
rato monte arriba, pero pronto los cogió la noche y decidieron suspender la
búsqueda para acudir al mando de los militares que había puesto allí el
gobierno para protegerlos, según el Acuerdo de Paz firmado. ¿Chino, está seguro que eran militares los
que se llevaron al camarada Fidel?; preguntó Dimar, quien se había erigido
líder natural de la comisión, por ser el delegado del extinto grupo guerrillero
para manejar los asuntos de la reintegración en la vereda de paz. Le preocupaba
hacer una acusación temeraria a los militares. El Acuerdo de Paz había empezado
a establecer unas nuevas relaciones entre quienes antiguamente habían sido
enemigos acérrimos. Y, de otro lado, no solo el ejército hacía presencia por el
entorno rural, también sus antiguos camaradas disidentes del proceso de paz,
que una vez retomaron las armas los hicieron blanco de sus amenazas, de hecho, ya
habían asesinado a varios ex combatientes en otras regiones del país.
—Estoy seguro, respondió el niño: Estaban con vestidos con sus uniformes militares. Dimar se quedó un momento reflexivo,
meditabundo, con duda, como con temor de enfrentar esa posibilidad de que
fueran los mismos soldados que los protegían, quienes rompían el pacto de paz.
De repente, miró a sus compañeros de comisión y anunció resuelto: pues nada, vamos a enfrentar esto de una
buena vez, cada segundo que pasa puede ir en contra de la vida del Fidel.
Entonces varias linternas iluminaron el camino que los guiaba hacía donde
estaban acampados los soldados que el gobierno habían nombrado como la Fuerza
Militar de Paz para la protección de los ex guerrilleros.
El
coronel Uscategui montó en cólera cuando la comisión denunció que los
secuestradores eran soldados, según la versión del niño. No se olviden que ustedes tienen muchos enemigos, no hagan acusaciones
tan rápidas y sin fundamento, son los ojos de un niño que lleno de miedo puede
confundir el uniforme de un militar del Estado con un uniforme de una criminal
de esos de las disidencias que se negaron a hacer la paz y ahora los buscan a
ustedes por ser traidores de su falsa revolución, según vociferan.
A
esa hora había empezado una fuerte lluvia que apagaba los sonidos naturales de
la noche con la estridencia de una cascada de truenos. Con ese temporal y a esta hora se hace difícil salir a buscar... Determinó
el coronel. Mañana a primera hora nombro
una comisión para que los acompañé en la búsqueda, ahora lo mejor es irse a
descansar.
— ¿Y
el Fidel? —, preguntó con voz temblorosa, Antonia, la compañera sentimental de
Fidel, la única mujer del grupo, quien había salido a acompañar el recorrido de
la búsqueda, sin importar el esfuerzo físico que le costaba caminar, recién había
dado a luz el hijo que cargaba en sus brazos.
— ¿Y
el Fidel? —, volvió a preguntar Antonia, angustiada ante la posibilidad del
cese de la búsqueda ¿Cómo esperar hasta el día siguiente con la daga de la
incertidumbre atravesada en su garganta?
El
coronel guardo un hiriente silencio.
Tres
soldados rasos y un capitán de cuadrilla arrastraban a Fidel, quien temeroso
por su vida, les suplicaba argumentando que él ya no estaba en armas. No habían
caminado más de 20 minutos cuando el capitán ordenó detener la marcha y amarrar
a Fidel al tronco de un frondoso árbol, como frondosos eran todos los árboles
que los protegía de la posibilidad de ser descubiertos en el acto. Aún no caía
la noche.
El
capitán y dos soldados se retiraron unos metros, discutían algo que Fidel, en
medio de su angustia, no podía escuchar. Los tres militares empezaron a fumar,
mientras parecían tomar una decisión.
—¿Por
qué me hacen esto, compa? —, preguntó Fidel, tratando de buscar familiaridad
con el militar que se quedó a su lado vigilándolo, para que no escapase, aunque
estaba fuertemente amarrado al árbol. El soldado, dudó un momento, luego con la
mirada perdida hacía las copas de los árboles, incapaz de enfrentar los ojos de
Fidel, atinó a responder: son ordénenos
de mi capitán. —Compa—, suplicó Fidel
—no me vayan a matar, dígale a su capitán
que estamos en un proceso de paz.
Solo
encontró silencio en la mirada culpable del soldado que, a lo sumo, no tenía
motivos contra él, solo estaba allí por el cobarde deber de un subordinado que
obedece a ciegas, temiendo represalias ante cualquier atisbo de rebeldía con
sus mandos mayores.
Hace muchos años, apenas si tenía yo cinco años, una
cuadrilla guerrillera se tomó mi pueblo, con una de esas pipetas de gas que
hacen bombas ustedes, cilindro bomba que llaman, volaron media cuadra donde
quedaba la estación de policía, entonces mi padre que era un simple civil que
pasaba por allí voló en pedazos… nos tocó armar su cuerpo, como si fuera un
rompecabezas, para poder enterrarlo… Fue entonces, a esos escasos cinco años,
que yo tomé la decisión de que en la vida me iba a enrolar en la milicia, para
cobrar la muerte de mi padre. Ningún maldito proceso de paz me va a impedir
arreglar cuentas, juré que con cualquiera me cobraba y no me voy a morir sin
cumplirme ese juramento. Dijo el
capitán, luego de torturar a golpes al indefenso Fidel, amarrado al árbol y sin
posibilidad de escape. Tantos golpes con un madero seco que ya ni el cuerpo
sentía, entumecido de tanto dolor, reventado por dentro y su consciencia a
punto de desmayo. Hagan lo que tienen que
hacer, ordenó el capitán a los tres soldados, mientras emprendía la
retirada del lugar.
A
media noche, la comisión de búsqueda de excombatientes, que se había resistido a
obedecer al coronel Uscategui en eso de esperar hasta el día siguiente para
tratar de dar con el paradero de Fidel, desafiando el inclemente tiempo de
lluvia caminó por entre una arboleda pantanosa con la luz de unas pocas
linternas, hasta llegar al lugar donde estaba el cuerpo de Fidel. Para no usar
arma de fuego alguna que advirtiera a las comunidades vecinas, entre ellas la
vereda de paz, sobre el momento del crimen, lo habían picado a machetazos.
Colombia, 2024.
Ilustración tomada de: https://www.eldiario.ec/noticias-manabi-ecuador